Le Monde diplomatique
Segunda “revolución verde” en India
Sab, 03/13/2010
por Mira Kamdar*
Resistir la seducción de la industria agroalimentaria estadounidense
Mira Kamdar*
Contra todas las expectativas, el ministro de Medio Ambiente indio decidió el mes pasado aplazar la comercialización de una variedad genéticamente modificada de berenjena producida por la multinacional Monsanto. Pero no significa un cambio radical: todo está dispuesto para convertir a India en un modelo del desarrollo agroindustrial, de la mano de los gigantes de la biotecnología estadounidenses y europeos. Nueva Delhi, por su parte, sueña con remediar el hambre de su población y transformar al país en una “sociedad del saber”.
Todo parecía estar listo en India para la comercialización de una variedad genéticamente modificada de berenjena: una primicia mundial. El 16 de octubre de 2009, el muy oficial Comité de Aprobación de Ingeniería Genética (GEAC, según su sigla en inglés) indio había dado su luz verde. Sin embargo, contra todas las expectativas, en febrero de 2010, el ministro de Medio Ambiente Jairam Ramesh decidió aplazar la venta. ¿Querrá decir esto que India, uno de los grandes productores mundiales de algodón genéticamente modificado, dará la espalda a los organismos genéticamente modificados (OGM) alimentarios? No es tan seguro.
No obstante, la moratoria significa que la sociedad civil india conquistó una victoria. La campaña llevada a cabo contra la berenjena OGM no dejó de recordar la movilización popular contra el Imperio Británico, conducida por Mohandas Karamchand Gandhi, en torno a la idea del swadeshi (la autosuficiencia nacional). La introducción de esta hortaliza fue vivida como un ataque extranjero contra el patrimonio genético y la soberanía alimentaria del país. Un enfoque que incitó a diez estados a prohibir tal cultivo en su territorio, según autoriza a hacerlo el régimen federal indio. Frente a tal barrera defensiva, Ramesh prefirió frenar la carrera hacia la comercialización.
Centro mundial de los OGM
Sin ser una derrota completa para los pro-OGM, este episodio constituye un gran fracaso para la sociedad Mahyco –que puso a punto esta berenjena para su socia estadounidense, la multinacional Monsanto– como también para el gobierno de Estados Unidos. Hace tiempo que este país puso la aceptación de los OGM vendidos por Monsanto en el centro de su política económica exterior. Según Washington, asociado a las empresas de biotecnología genética, sólo los OGM serían capaces de resistir la penuria de agua, el aumento de las temperaturas y por lo tanto, de lograr la seguridad alimentaria de la población mundial. Justamente India es uno de los países que corren el riesgo de ver aumentar masivamente el número de desnutridos. Tras una mala temporada de monzones en 2009, India prevé importar, en 2010, 3 millones de toneladas de arroz –es el segundo consumidor después de China– y 4 millones de toneladas de legumbres secas.
Que el mismo día en que Ramesh se pronunciaba sobre la suerte de la recientemente creada berenjena, la cuestión del maíz MON 810 –también producido por Monsanto– volviera a la Comisión Europea es una coincidencia bastante irónica; se sabe que el presidente de esta última, Manuel Barroso, se ha resuelto imponer rápidamente su cultivo en la Unión.
Que India frene la venta de los OGM alimentarios no significa que tome un camino distinto: al contrario, todo está dispuesto para que se convierta en el centro mundial no sólo del consumo de las plantas OGM, sino también de su creación y comercialización. La berenjena denominada Bt (contiene la bacteria Bacillus thuringiensi), primera hortaliza OGM destinada al consumo humano, indudablemente no será la última.
Tras el éxito de su algodón Bt, cuyo cultivo ya se ha extendido por todo el país, gracias a una campaña de marketing perseverante, Mahyco se prepara para introducir numerosos productos agrícolas genéticamente modificados, con el apoyo directo del gobierno estadounidense, a través de la United States Agency for International Development (USAID). Este organismo promueve su difusión en los países en vías de desarrollo, confiando la tarea –¿quién podría asombrarse?– a los gigantes de la industria agroalimentaria estaounidense y sus filiales. Y contribuyó al desarrollo de la berenjena Bt (1) a través de su Proyecto de Apoyo a la Biotecnología Agrícola –Agricultural Biotechnology Support Project (ABSP)–; le seguirán bananas, cacahuetes, papayas, tomates y arroz.
La estrategia de la USAID no varía nunca: según su “modelo ideal”, se debe combinar la investigación que se realiza en las universidades con una comercialización rápida; una asociación de carácter público-privado. Para la berenjena Bt, por ejemplo, Mahyco contó en India con la Tamil Nadu Agricultural University, parte interesada en el proyecto ABSP, así como con el principal socio universitario de Monsanto en Estados Unidos, la Cornell University (2). En la lista de los participantes en el ABSP, figuran indistintamente universidades estadounidenses y extranjeras, empresas de ingeniería genética como Monsanto y Mahyco, Nunhems Seeds (Bayer) y la consultora en agroalimentación Sathguru, que ostenta en su sitio internet a sorprendentes “socios comerciales”: el Departamento de Agricultura de Estados Unidos (USDA), la USAID, la Cornell University y el ABSP (3). La línea de demarcación entre intereses privados y bien público se vuelve muy difícil de trazar.
Esta confusión no debe nada al azar. Mientras todas las miradas estaban fijadas en el acuerdo nuclear negociado a partir de 2005 entre los gobiernos de Washington y Nueva Delhi, éstos concluían otro, cuyas consecuencias mundiales son potencialmente por lo menos igualmente importantes: India-United States Agricultural Knowledge Initiative (AKI) (Iniciativa India-Estados Unidos sobre la formación, investigación, servicios y relaciones comerciales agrícolas). Firmado por el primer ministro indio, Manmohan Singh, y el presidente George W. Bush el 18 de julio de 2005, el AKI prevé “la participación activa de las universidades estadounidenses en la construcción de los fundamentos de un sistema de formación e investigación en agricultura en India” y propone “fundar una nueva asociación” (4). En el consejo de administración creado para la ocasión, la parte estadounidense está representada, en su componente “privado”, por dos gigantes de la industria agroalimentaria, Monsanto y Archer Daniels Midland, y por el campeón de las grandes superficies Wal-Mart (5).
El AKI satisface plenamente las aspiraciones de Nueva Delhi, que sueña al mismo tiempo con alimentar a su población creciente y transformar al país en una “sociedad del saber”, a fin de llevar a las empresas y la economía indias al primer rango mundial. Aplica al sector agrícola el modelo de recepción de las deslocalizaciones de los servicios a las empresas (contabilidad, servicios de posventa con telecentros, informática) que constituyó el motor del crecimiento económico indio. Es cierto que según los principios de su diplomacia “de geometría variable”, Nueva Delhi sigue rechazando, en la Organización Mundial del Comercio (OMC) y en el marco de la Ronda de Doha, una liberalización total de su agricultura. Pero la contradicción es sólo aparente. En ambos casos, las autoridades intentan preservar los intereses de sus grandes grupos.
Un “arma diplomática” alimenticia
La cuestión agrícola ocupa un lugar central en India: en los albores de su independencia, la insuficiencia alimentaria la puso en la humillante posición de suplicante frente a un Estados Unidos que rebosaba de cereales (6). Para erigir una barrera contra el comunismo en los Estados recientemente descolonizados, Hubert H. Humphrey, entonces senador de Minnesota, sugirió transformar la agricultura estadounidense en un “arma diplomática” y sustituir los productos alimentarios tradicionales de cada país por un alimento derivado de productos estadounidenses. Explicó que se trataba de formar el gusto de los niños extranjeros, en particular en los comedores escolares: los niños japoneses se adaptarían al pan, sus homólogos yugoslavos aprenderían a preferir la leche en polvo estadounidense a la leche fresca local. En India, “un niño pasaría el dedo por la manteca derretida, la probaría, y a continuación diría, con tono embelesado: ‘Estados Unidos’” (7).
Se puso entonces en marcha la “revolución verde”, con la ayuda de Estados Unidos, a través de las fundaciones Ford y Rockefeller. Salvó al país de la hambruna, pero no logró liberalizar completamente su mercado agrícola, ni siquiera después de la apertura del país al capital extranjero en 1991 ni del acercamiento estratégico con Washington, bajo la presidencia de Bush.
Esta “revolución verde” logró sin duda aumentar considerablemente la producción de cereales (de 70 millones de toneladas en 1954 a 202 millones hoy en día), pero India pagó un precio gravoso: desecamiento de los canales y de las napas subterráneas, salinización de los suelos, endeudamiento de los agricultores (se suicidaron más de 100.000 en apenas una década), índice galopante de cáncer entre los campesinos. Sin contar las graves repercusiones a nivel político y social. Por eso, muchos la consideran una de las causas principales de la revuelta independentista que estalló en Punjab en los años 80 –movimiento durante el cual la primera ministra Indira Gandhi fue asesinada por sus guardaespaldas sikhs en 1984–.
Hoy el hambre vuelve a acechar a este país, donde vive el 40% de los niños desnutridos del mundo. Su producción agrícola está amenazada por los efectos del cambio climático sobre los monzones, por una alarmante penuria de agua (8) y por una expansión urbana e industrial que suprime muchas tierras cultivables. Si no aumenta de manera muy consecuente el crecimiento de su sector agrícola –ronda el 2%, cuando este año, a pesar de la crisis financiera mundial, el nivel de crecimiento global alcanzará el 7%–, India no alimentará a su población ni cumplirá sus objetivos de crecimiento (8% y hasta 9%). Se supone que el AKI debe aportarle inversiones masivas, transferencias de tecnologías e infraestructuras industriales agrícolas. Regalos muy poco costosos, ya que el derecho de transformar todo ese saber práctico en productos comercializables seguirá siendo propiedad de las multinacionales.
Así se presenta la segunda “revolución verde” ofrecida por Washington. “Estados Unidos desea aumentar su comercio agrícola con India. Podría traer beneficios mutuos; sin embargo, éstos dependen de la transformación del sector agrícola de India” (9). Estos cambios primero se producirán en las universidades indias y estadounidenses, a las que serán invitados investigadores indios. Pasarán luego de la universidad a los gigantes de la industria agroalimentaria e inversamente, como es frecuente en Estados Unidos hace décadas: después de haber ganado salarios muy altos en el sector privado, se convertirán, por ejemplo, en altos funcionarios del Ministerio de Agricultura, con la misión de gestionar la colocación de los productos de la ingeniería genética fabricados en cantidad por sus antiguos empleadores.
El itinerario de Michael Taylor ilustra claramente ese fenómeno llamado “la puerta giratoria” (revolving door): luego de haber sido ejecutivo de Monsanto, entró en la USDA, en la época en que ese organismo aprobó la comercialización de la hormona de crecimiento bovino rBGH, fabricada por la multinacional (10). De ahí, pasó a la Universidad George Washington, donde forma a jóvenes ejecutivos, entre ellos indios, que luego regresarán a su país. Que la noticia de la instalación de una huerta orgánica en medio de los jardines de la Casa Blanca, recientemente dada a conocer por el gobierno estadounidense, haya tenido un efecto simbólico importante, no significa que la USDA y la industria agroalimentaria estén ahora menos estrechamente ligadas; y Taylor es uno de los consejeros de la nueva administración (11).
La estrategia de Estados Unidos en ese ámbito consiste pues, en India, en reducir el papel del sector público. El país ofrece ventajas únicas: campesinos pobres que no tienen la posibilidad de hacer preguntas embarazosas sobre los granos que les venden; una importante superficie cultivable; un mercado de potencialidad gigantesca; altos funcionarios tan entusiasmados con las soluciones tecnológicas de todo tipo como aterrados por el fantasma del hambre y la dependencia exterior. Pero las trasnacionales estadounidenses no son las únicas en fantasear acerca de las posibilidades que ofrece una privatización de la agricultura. Las europeas Syngenta, Bayer CropScience, Carrefour, Tesco, como los grupos indios Tata, Bharti, Reliance y Mahindra también hacen fila, junto a muchas otras.
Por ejemplo, basándose en el modelo estadounidense, Tata creó el Tata Educational and Development Trust, en sociedad con la Cornell University –donde hizo sus estudios Ratan Tata, directivo del grupo–. En 2008, le ofreció 50 millones de dólares: la mitad de la suma va a la Tata-Cornell Initiative in Agriculture and Nutrition, cuyo trabajo se refiere a India; la otra mitad sirve para otorgar becas a jóvenes estudiantes-investigadores indios inscriptos en Cornell.
Paralelamente, la sociedad Rallis, líder de la industria agroquímica india e integrante del grupo Tata, “decidió lanzarse de lleno al comercio de los granos” híbridos, y también al algodón genéticamente modificado (12).
India “puede volverse autosuficiente en su producción alimentaria si aplica las biotecnologías en sus cultivos alimentarios” (13), afirman las sirenas estadounidenses. ¿Será tan simple? Según la “Evaluación Internacional de las Ciencias y las Tecnologías Agrícolas para el Desarrollo” (IAASTD), un informe dado a conocer por la Organización de las Naciones Unidas para la Educación, la Ciencia y la Cultura (UNESCO) en abril de 2008, por lo menos cuatrocientos científicos tienen dudas al respecto. La IAASTD hace sonar la alarma contra el actual sistema de producción agrícola industrial: “Durante años, la agronomía giró fundamentalmente en torno a la difusión de las tecnologías para incrementar la productividad a nivel de la explotación, y al mercado y los mecanismos institucionales [donde] el modelo general consistía en innovar constantemente, reducir los precios pagados a los productores y externalizar los costos” (14). Los impresionantes resultados obtenidos en materia de producción se lograron a costa de la igualdad social, de la capacidad de las colectividades locales para adueñarse de su sabiduría práctica y de su cultura, y de un medio ambiente que llegó al límite de lo que puede absorber. El informe de la Unesco expresa serias reservas sobre las soluciones puramente tecnológicas y se interroga sobre la utilidad de las cosechas de OGM, subrayando sus peligros potenciales. No hay que asombrarse pues de que Estados Unidos haya manifestado especialmente su desacuerdo con sus conclusiones.
“Desarrollo” genético
Se podría haber pensado que la actual crisis mundial volvería a Nueva Delhi menos receptiva a los argumentos estadounidenses. Pero como demostró la reunión regional del Foro de Davos, que tuvo lugar en noviembre de 2009 en India, sus dirigentes se muestran más entusiasmados que nunca por las asociaciones de carácter público-privado; e invitaron a los inversores extranjeros a establecerlas, comprometiéndose a liberalizar cada vez más su economía.
Asimismo, se podría haber pensado que la esperanzadora promesa realizada por el presidente Barack Obama de un cambio real en la política exterior de Estados Unidos involucraría el capítulo agrícola. Por el contrario, la secretaria de Estado Hillary Clinton lo reforzó, y la designación a la cabeza de la USAID de Rajiv Shah –quien ya hizo sus pruebas tanto en la USDA como en la Fundación Gates, donde privilegió los OGM– dará más importancia aun a la ingeniería genética en el “desarrollo” de los países pobres.
No obstante, los gigantes de la industria agroalimentaria, con Monsanto a la cabeza, no habían previsto la movilización contra la berenjena OGM. Antes de tomar su decisión de una moratoria, Ramesh multiplicó las reuniones públicas. Escuchó todos los argumentos, incluso los de los pequeños productores –los más amenazados–, y estos debates tuvieron amplia difusión en los medios de comunicación. En su comunicado de prensa del 9 de febrero de 2010, el ministro habla de transparencia, de reflexión y, sobre todo, de prudencia en la decisión a tomar. “Cuando no hay un claro consenso en la misma comunidad científica, cuando existe una fuerte oposición dentro de los gobiernos de los distintos Estados, cuando los dirigentes de la sociedad civil plantean cada vez más preguntas serias sin recibir respuestas satisfactorias, cuando la opinión pública manifiesta su rechazo por la berenjena Bt (…) y cuando no hay urgencia alguna en incorporarla al mercado, mi deber es adoptar el principio de precaución e imponer una moratoria” (15). ♦
REFERENCIAS
(1) www.absp2.cornell.edu
(2) B. V. Mahalakshmi, “Cornell researchers get nod for Bt brinjal trials”, The Financial Express, Nueva Delhi, 25-9-07.
(3) www.sathguru.com/management_consulting.php
(4) En el sitio del Ministerio de Agricultura indio: http://dare.nic.in/usa.htm; del lado estadounidense: www.fas.usda.gov/ICD/india_knowl_init/factsheet.asp
(5) www.fas.usda.gov/icd/india_knowl_init/board.asp
(6) En 1960, 92% de la asistencia económica aportada por Estados Unidos a India era de orden alimentario.
(7) Hubert H. Humphrey, “Food and Fiber as a Force for Freedom”, Informe al Senado (Public Law 480, 83D Cong.), Washington, 21-4-1958; http://bulk.resource.org/gao.gov/83-480/000042EC.pdf
(8) Véase Bénédicte Manier, “L’eau en Inde, un enjeu social et géopolitique”, Planète Asie, 1-2-10.
(9) David C. Mulford, “Second Annual Conference on Indo-US Economic Cooperation: Developing a Strategy for Closer Partnership”, organizada por la Confederación de la Industria India (CII) y el Consejo de Negocios India-Estados Unidos (USIBC), Nueva Delhi, 6-3-07.
(10) Véase Adolfo Coronato y Françoise Gérard, “La mala hierba de Monsanto”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Buenos Aires, mayo de 2009.
(11) Jeffrey Smith, “Obama’s Team Includes Dangerous Biotech ‘Yes Men’”, The Huffington Post, 30-11-08, www.huffingtonpost.com
(12) Yassir A. Pitawala, “Rallis plans foray into seeds business”, The Financial Chronicle, Bombay, 16-3-09.
(13) Sourav Mishra y Abishek Shankar, “GM crops can meet India’s food, biofuel needs”, Reuters India, 25-2-08.
(14) Informe del IAASTD: www.agassessment.org
(15) Jairam Ramesh, ministro de Medio Ambiente indio, Decision on Bt-Brinjal, 9-2-10, http://moef.nic.in/downloads/public-information/minister_
*Investigadora del World Policy Institute, Nueva York; autora de Planet India: L’ascension turbulente d’un géant démocratique, Actes Sud, Arles, 2008.
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Centro Ecologista Renacer
Villa Constitución- Santa Fe
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