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martes, 30 de diciembre de 2008

La Tecl@ Eñe Jorge Garaventa Violencia, naturalmente‏


Violencias… naturalmente




Por Jorge Garaventa*

(para La Tecl@ Eñe)




Asistimos azorados ante la sorpresa de una sociedad que se extraña de que sus jóvenes sean violentos, o para ser mas explícitos, asistimos azorados ante la sorpresa de una sociedad violenta que se extraña de sus jóvenes también lo sean.
Una sociedad naturalmente golpeadora en crianzas y educaciones y autoritaria en sus concepciones tiene poco margen de variedad en sus productos.
La niñez mama violencia antes que leche materna, ya sea como víctima directa y/o espectadora de una interacción entre adultos, con códigos de maltrato, abuso, descalificación, humillación y golpes. La niña o el niño, rápidamente concluirán que dicha interacción no es tal, y que de lo que estamos hablando es de una relación agresiva asimétrica donde la violencia a menudo partirá del polo socialmente más poderoso, el hombre, para someter a sus designios a la mujer, y por extensión a niños y niñas.
Si bien la sociedad colabora en el diseño final de las formas en que sus miembros se relacionarán, el horno donde se recibe la cocción primordial es la familia.
Mas allá de las distintas teorías socio psicológicas y de erróneas lecturas de los esquemas instintuales planteados por el psicoanálisis, hoy concluimos contundentemente que la expresión activa de la violencia no es esencial de niños y jóvenes, sino que inexorablemente estamos hablando de conductas aprendidas.
Las violencias en los grupos familiares tienen distintas formas de expresión que a su vez devendrá en diversas conductas por parte de quienes de forma directa o indirecta son foco de las mismas.
Vamos a hacer un rodeo para enmarcar la situación. La sociedad se estructura inmersa en una cultura patriarcal que pone el eje en la hegemonía masculina que es percibida como natural. Esta hegemonía presupone entonces el rol de la mujer como secundario y sumiso y como extensión de esta, los niños y las niñas.
La Nicaragüense María López Vigil nos describe claramente el decantado emergente: “En la casa, la violencia es vista como algo natural, necesario. El padre le grita y le pega a la madre, la madre le grita y le pega a los hijos y a las hijas, las hijas e hijos mayores gritan y golpean a sus hermanos y hermanas más pequeñas, y los más pequeños apalean al perro y salen a la calle a matar pájaros a pedradas... Generación tras generación, cada uno de los eslabones se engarza con el otro en una cadena sin fin. El eslabón más débil siempre ha sido y continúa siendo el de las niñas y el de las mujeres”
Se suele hacer un parangón entre las consecuencias en la niñez del abuso sexual por un lado, y el maltrato físico emocional por otro. Si bien en ambas situaciones estamos hablando de maltrato extremo, si no hacemos la diferenciación corremos el riesgo de no poder evaluar claramente los efectos y por ende hacer un abordaje erróneo de los efectos, tanto en lo psicológico personal- familiar como en lo social.
Quién ha sufrido abuso sexual infantil ha sido psíquicamente arrasado. Imposibilitado de reacción, sus mecanismos de defensa básicos han sido aniquilados por lo cual queda propenso a distintas formas de abuso en todos y cada uno de los escenarios de su vida.
Todas las estrategias de seducción, silencio y amenaza que preceden y acompañan al abuso le dan una impronta de clandestinidad que acentúa las sensaciones de culpa y responsabilidad en la víctima.
El maltrato suele ser público, abierto, “natural” y consensuado. La sociedad golpeadora no se cuestiona la educación del golpe, ese repertorio injustificado que va desde el chirlo a la paliza, y por ende habilita el aprendizaje de roles. Aquí, a diferencia del abuso, rara vez hay mucho escondido.
El varón aprende que ha nacido para dar, y la mujer para recibir. El aprendizaje violento tiene su correlato en el lenguaje. El varón será activo y fuerte, la mujer, pasiva y débil. Por extensión se aplica también a conductas sexuales. La mujer será fuertemente cuestionada desde lo moral cuando se aparte de estas conductas esperadas.
En este escenario se aprende entonces que las diferencias se resuelven a los golpes, a favor del más fuerte, cotidianamente confirmado además por los distintos medios de comunicación y los video juegos. Hay una identificación directa y masiva con los adultos significativos del mismo sexo. En el camino se aprendió que el cuerpo propio y el ajeno no son valiosos, por ende se sale a matar o morir en un constante vértigo de conductas riesgosas.
Si además se es joven y humilde, la constante incentivación al consumismo será una invitación inevitable a tomar ya, con los medios que se tenga “al alcance de la mano”, todo objeto de deseo generosamente ofertado pero al que la ley del mercado pone a la distancia.
El producto final de semejante secuencia suele ser ese joven violento con el que nadie tiene ni quiere tener que ver, que delinque vaya a saber porqué y al que la sociedad necesita estigmatizar para no hacerse cargo de los dañinos efectos de la educación aceptada.
Las familias, ya lo dijo Eva Giberti, no suelen ser el lugar mas seguro para la niñez. La exclusión es el caldo de cultivo en el que maduran las violencias. La falta de políticas sociales serias, extensas y permanentes son la mano que aprieta el gatillo.


*Especialista en abuso sexual infantil y violencia contra la niñez y la mujer
Publicado por Conrado Yasenza a las 22:21

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