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martes, 19 de agosto de 2008

Una carta abierta desde la tierra

Una carta abierta desde la tierra.

Agobiados por la angustia de estos últimos más de 130 días transcurridos desde que comenzara la llamada Crisis del campo, y, con el espíritu de no continuar este riesgoso camino de enfrentamientos suicidas, el GRR se dirige a todos aquellos ciudadanos que se sienten rehenes de un conflicto que los supera y que los ha puesto en la disyuntiva de optar por hallar "un culpable" o por tomar o crear un partido. Les proponemos compartir una reflexión que nos ayude, no solo a entender el presente, sino especialmente, a tomar conciencia del futuro inmediato.
Las evidencias técnicas de las últimas décadas indican que al ritmo del crecimiento de la agricultura actual, en apenas una generación NOS QUEDAREMOS SIN TIERRAS AGRÍCOLAS, es decir, con suelos INCAPACITADOS DE SEGUIR PRODUCIENDO ALIMENTOS EN CALIDAD Y CANTIDAD PARA NUESTRO PUEBLO. Pese a que las cifras de las empresas de agronegocios y el gobierno nacional, nos propone este camino como una oportunidad histórica, lo que NO están diciendo, en medio de una Crisis que oculta la reconfiguración de las dependencias argentinas a los mercados globales, es que este crecimiento económico está siendo subsidiado fuertemente con la FERTILIDAD de las tierras agrícolas argentinas.
Uno de los problemas más difíciles para los ciudadanos suele ser visualizar el suelo, o sea la tierra agrícola, como un ecosistema. Cuando hablamos de ecosistema, inmediatamente nos imaginamos un bosque. En la Patagonia, por ejemplo, la naturaleza es buscada en los Parques Nacionales, en los bosques que rodean los lagos, como si la estepa con sus coirones y neneos, fuera irrelevante. Es difícil a veces demostrar que un pastizal es un ecosistema aunque sea el paisaje más conocido por la mayor parte de los argentinos. Un bosque, en cambio, es percibido por el común de la gente, sin mayor esfuerzo, como un ecosistema. Remarcar esto es muy importante, porque aquello que atenta contra el "bosque", al ser el bosque visualizado como ecosistema por los ciudadanos, es rápidamente identificado como una amenaza hacia el patrimonio de todos. Ante el avance de la frontera agropecuaria, muchos habitantes urbanos "sienten" que están desmontándose "sus" bosques chaqueños, y que están destruyéndose "sus" ecosistemas. Al reconocer el bosque como un ecosistema, nos "duele" el desmonte, nos "duele" la tala de un quebracho o de un algarrobo. El ciudadano común suele percibir al bosque como un patrimonio "suyo". Pero no como un "suyo" mezquino, sino como un "suyo" social y común a todos y por lo tanto, se experimenta el desmonte como algo amoral o delictivo.
Lo cierto es que la tierra agrícola (o suelo), al igual que el bosque, también es un ecosistema, con elementos bióticos y abióticos, con flujos de materia y energía, con miles de pequeños organismos vivos productores y consumidores, con estratos, con biodiversidad, con riqueza: podríamos resumir por analogía "la tierra o suelo es un caso particular de bosque" (ecosistema). Es fácil visualizar los efectos de una fumigación, una pala mecánica o una motosierra sobre un bosque, pero no es tan fácil advertir los daños que la agricultura produce dentro de la tierra, sencillamente porque no podemos percibirlos, no podemos "verlos" a simple vista.
Es fácil entonces, visualizar el desmonte, pero no lo es tanto, la pérdida de diversidad biológica de la tierra agrícola. Podemos entender que el desmonte constituye una "pérdida de hábitat" para las especies silvestres, y nos ponemos tristes cuando desaparecen los Yaguaretés y los Tatú carreta. Son mamíferos, y por su similitud con nosotros o por su aspecto simpático o enternecedor, podemos conectarnos mejor con ellos. Pero nos resulta casi imposible comprender la importancia que los microorganismos terrestres o acuáticos o los insectos tienen para nuestras vidas. A veces, hasta nos resultan desagradables, porque no sabemos de sus beneficios. Siguiendo nuestra analogía de la tierra con el bosque, podemos afirmar que la agricultura industrial en realidad, está generando una "pérdida de hábitat" para los organismos de la tierra agrícola, que son a su vez, los encargados de fabricarla. Si desaparecen los organismos que la fabrican, nos quedaremos con tierras mucho más pobres. Perderemos el ecosistema, porque perdemos a los organismos que lo generan.
Si entendemos que la tierra es un "sistema viviente", por consecuencia, vamos a experimentar la pérdida de lombrices, por ejemplo, como un crimen. Cuando nos manifestamos a favor del "salvemos a las ballenas", deberíamos reclamar aun mucho más todavía, "salvemos a las lombrices" o "salvemos a los microorganismos del suelo". Si podemos comprender que la tala de quebrachos es una actividad de extracción "minera", entonces entenderemos también, que la devastadora extracción de fósforo y de nutrientes, junto a la silenciosa pero implacable devastación de la vida contenida en los suelos, llevada a cabo por las actuales prácticas agrícolas industriales, es igualmente dañina para la tierra, tal como lo son las minas de la Alumbrera en Catamarca o las que amenazan con poner en marcha en el resto del noroeste y la cordillera de los Andes.
Si comprendemos los "servicios ambientales" que brinda el bosque, tales como la producción de oxígeno, la mitigación del clima y de los picos de inundación, la conservación de la biodiversidad, la retención de carbono, la producción de alimentos, fibras y otros bienes, etc., etc., podremos comprender asimismo, los "servicios ambientales" que brinda la tierra, en los mismos términos. Es decir, la idea de desmontar el Amazonas nos produce pavor, en parte porque existe una cierta idea de que el planeta entero depende de masas boscosas como la selva amazónica. La humanidad, estaría en serio riesgo si avanzara el desmonte del Amazonas, tal como pareciera intentar el afán progresista del gobierno brasileño. Pero la tierra agrícola como ecosistema que se está degradando aceleradamente, debería generarnos la misma o mayor conmoción. La humanidad está en grave peligro si se pierden las características ecosistémicas de los suelos. La fertilización química no es jamás, un sustituto del ecosistema perdido, como la forestación con pinos y eucaliptos no es un sustituto de la selva perdida. Destruir el ECOSISTEMA SUELO, resulta tan nocivo para la humanidad, como destruir el ECOSISTEMA SELVA AMAZÓNICA.
Esta aproximación al tema rural, que proponemos, nos exime de seguir la línea argumental del Sistema de Mercado, es decir, de las explicaciones económicas habituales. Sólo con las explicaciones económicas, no es suficiente para tomar plena conciencia del grave peligro en que se encuentra la sociedad nacional. Las explicaciones y disputas económicas actuales son incompletas en sí mismas, porque ni las estadísticas ni los triunfos bursátiles reflejan estas consecuencias. Tampoco ofrecen salida, pues apuntan a la mera obtención de rentabilidades. Este sistema carece de todo porvenir. Los tiempos de la naturaleza, los tiempos biológicos del ecosistema tierra agrícola, no tienen nada que ver con los tiempos de los agronegocios, tiempos cada vez más cortos de producción, compra, uso y desechado de los materiales, tiempos acelerados a expensas de los ecosistemas agrícolas y de abuso irracional de la energía. Tampoco, los tiempos ecológicos se ajustan a los tiempos políticos, apremiados siempre por las futuras elecciones, incapacitados para generar proyectos nacionales, enceguecidos por los mitos del crecimiento sin límites...
Tal vez, nos pueda dar la clave para una correcta lectura de lo por venir, lograr entender lo que pasa en esa humilde maceta que tenemos en nuestro balcón, y cuya tierra por falta de cuidados, se apelmaza irremediablemente.
Con las lógicas del mercado seguiremos naufragando en el remolino de viejas discusiones retóricas. Hay que despegarse de los discursos que convocan a la "nueva derecha", a la "nueva izquierda" y a cualquier otro intento de hacer más de lo mismo, aunque venga con maquillaje verde. Hay que prepararse para encarar un futuro SIN CRECIMIENTO ECONÓMICO, y con desarrollos humanos acordes a lógicas ecosistémicas. Es imperativo comenzar a pensar en términos de una economía de escala local, de recuperar el Estado y la Soberanía Alimentaria a partir de los municipios. Debemos prepararnos para afrontar un futuro sin petróleo, y en especial, una agricultura sin aportes químicos, regida por LAS LEYES Y LOS TIEMPOS DE LA NATURALEZA. Sabemos que eso es posible y también sabemos que es la alternativa para que las futuras generaciones puedan tener una posibilidad de vida digna. En este sentido, debemos defender la idea de que el DECRECIMIENTO ECONÓMICO es porvenir y vida posible, y que lo que ahora nos proponen no tiene destino. Recuperemos el valor de uso del ecosistema tierra y de los bienes que obtengamos de ese ecosistema, abandonando el valor de cambio, impuesto por la globalización económica del capital, que sólo mide la ganancia en el tonelaje destinado a mercados anónimos e insaciables. Dotemos de nuevos contenidos filosóficos al término "valor". Será, en todo caso, el "valor del ecosistema tierra del que formamos parte", no sólo como una mera extensión del "valor de la vida", en sentido ontológico, sino también como "valor" de supervivencia de la especie humana, en inevitable interdependencia ecológica con la tierra. Eso no tiene precio. O, quizá, ese sea el precio de nuestro futuro. RECORDEMOS QUE EL SUELO ES PATRIMONIO DE TODOS, TAMBIEN DE QUIENES AUN NO HAN NACIDO. NO ES UN RECURSO A SER EXPLOTADO PARA OBTENER MAYORES RINDES Y CONCENTRACIÓN DE GANANCIAS.
Horizonte Sur / Grupo de Reflexión Rural
* Publicada en junio de 2008

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